In the context of our current times, it is essential that we listen over and over again to one of the fundamental truths that is laid out in today’s readings, especially the second reading: at the core of our being, we are loved and made holy, created in God’s image and likeness. Our most natural orientation is towards goodness, a goodness that produces abundant fruit, as the first readings reference in relation to the temple of God.

I was reflecting on these readings one day a few weeks ago when I went to a funeral and a first birthday party within the span of a few hours. In addition to being beautiful and celebratory and full of people, the first birthday party was especially tender because the little boy’s family is far from where they consider home. His parents and siblings had fled up to Nogales, Mexico when he was still in his mother’s womb, hoping that they might be able to raise him in a place safer than their hometown. Nogales is the only hometown he has ever known. The community he has known for his whole year of life was gathered there for his birthday. Many of the party attendees had their own stories they could share of fleeing violence or of deportation, but the most important story of that moment was that of his life – a life created fundamentally good, thanks to the grace of God. A life founded on love.

Today’s readings resonated in my heart in a different way as I sat in the funeral mass. If the birthday party was a celebration and recognition of God laying the foundation of a little one’s life, the funeral was a moment to cherish the faithfulness with which Sr. Claudia lived her 97 years on this earth, building every day in a way that honored God. I first met Sr. Claudia nearly 15 years ago, when I volunteered at the Kino Border Initiative, because she faithfully served the afternoon meal every Friday. The prayers that she offered to open the meal always infused the dining room with tenderness and closeness, as she spoke to people who found themselves in a difficult moment of their journey. She told them how much God cared for them and how Mary held them by her hand every step of the way. Sr Claudia was a temple of God and the fruit of her ministry lives on in me, in the migrants she met, and in many other members of the community.

Only once we understand and truly believe that fundamental goodness of God, and our call to build on such goodness, can we appreciate the depth and nature of Jesus’s sense of deception and anger as he saw his Father’s temple defiled. It is not an anger that comes from a place of hatred or even despair that many people in our current time have fallen into. It is an anger propelled by a vision of our original goodness, a conviction that it shouldn’t be this way and it doesn’t have to be this way.

We can choose the way of Sr. Claudia. That little one year old can grow up to be a man of faith and love. And we must make the personal daily choices that bring us along that journey, but we must also do the communal work of building on God’s foundation and clearing out the evil that defiles it.

En el contexto actual, es esencial que escuchemos una y otra vez una de las verdades fundamentales que se exponen en las lecturas de hoy, especialmente en la segunda lectura: en lo más profundo de nuestro ser, somos amados y santificados, creados a imagen y semejanza de Dios. Nuestra orientación más natural es hacia la bondad, una bondad que produce frutos abundantes, como menciona la primera lectura en relación con el templo de Dios.

Reflexionaba sobre estas lecturas un día, hace unas semanas, cuando asistí a un funeral y a una fiesta de primer cumpleaños en cuestión de pocas horas. Además de ser hermosa, festiva y llena de gente, la fiesta fue especialmente tierna porque la familia del pequeño vive lejos de donde consideran su hogar. Sus padres y hermanos huyeron a Nogales, México, cuando aún estaba en el vientre de su madre, con la esperanza de poder criarlo en un lugar más seguro que su ciudad natal. Nogales es el único hogar que ha conocido. La comunidad que ha conocido durante todo su año de vida se reunió allí para celebrar su cumpleaños. Muchos de los asistentes a la fiesta tenían sus propias historias para compartir, como la huida de la violencia o la deportación, pero la historia más importante de ese momento fue la de su vida: una vida creada fundamentalmente buena, gracias a la gracia de Dios. Una vida cimentada en el amor.

Las lecturas de hoy resonaron en mi corazón de una manera diferente mientras asistía a la misa funeral. Si la fiesta de cumpleaños fue una celebración y un reconocimiento a Dios sentando las bases de la vida de un pequeño, el funeral fue un momento para apreciar la fidelidad con la que la Hna. Claudia vivió sus 97 años en esta tierra, construyendo cada día para honrar a Dios. Conocí a la Hna. Claudia hace casi 15 años, cuando fui voluntaria en la Iniciativa Kino para la Frontera, porque servía fielmente la comida de la tarde todos los viernes. Las oraciones que ofrecía para abrir la comida siempre llenaban el comedor de ternura y cercanía, mientras hablaba con personas que se encontraban en un momento difícil de su camino. Les decía cuánto Dios los cuidaba y cómo María los sostuvo de la mano en cada paso del camino. La Hermana Claudia fue un templo de Dios y el fruto de su ministerio sigue vivo en mí, en los migrantes que conoció y en muchos otros miembros de la comunidad.

Solo cuando comprendemos y creemos verdaderamente en la bondad fundamental de Dios y en nuestro llamado a construir sobre ella, podemos apreciar la profundidad y la naturaleza del sentimiento de engaño e ira de Jesús al ver profanado el templo de su Padre. No es una ira que provenga del odio o incluso de la desesperación en la que han caído muchas personas en nuestros tiempos. Es una ira impulsada por una visión de nuestra bondad original, la convicción de que no debería ser así y no tiene por qué ser así.

Podemos elegir el camino de la Hermana Claudia. Ese pequeño de un año puede llegar a ser un hombre de fe y amor. Y debemos tomar las decisiones personales diarias que nos lleven por ese camino, pero también debemos realizar el trabajo comunitario de construir sobre el fundamento de Dios y eliminar el mal que lo contamina.

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